Clara entró en el salón atropelladamente, y al tiempo que tiraba las llaves sobre un sofá, se sacó los zapatos de tacón que le habían lacerado los pies durante toda la jornada. Se sentía exahusta y solo quería cerrar los ojos y abandonarse un rato al placer de la soledad y el silencio.
Se dejó caer sobre un sillón, dándole vueltas aún a la última reunión de trabajo, que le había resultado abrumadora y bastante ineficaz. Estaba tan agotada que necesitó un rato para darse cuenta de que algo se le estaba clavando en la espalda, se movió para palpar el objeto que se hallaba medio oculto entre los cojines y profirió una maldición en voz baja mientras agitaba el sonajero de su hija con nerviosismo.
¿Cómo había sido capaz de olvidar que tenía que haber pasado por la guardería a recogerla? Miró el reloj mientras se calzaba de nuevo los zapatos y comprobó que no tenía ni diez minutos para llegar antes de que la cerrasen; otra vez la directora le recriminaría el retraso que la obligaba a demorarse en su puesto de trabajo.
Clara no estaba para monsergas, pero reconocía que estaba olvidando cuáles eran sus prioridades en la vida. Buscó las llaves que había tirado al entrar y no las encontró: levantó los cojines y los fue lanzando por los aires, pero las llaves no aparecían; desesperada, se puso de rodillas y pegando la cara al suelo las vislumbró allá al fondo, junto a la pared.
No fue fácil, pero consiguió hacerse con ellas; mientras el reloj tocó las siete para recordarle que la directora estaría furiosa y su hija, llorando.
Salió precipitadamente del salón preguntándose si aquello era vida…
Desde luego eso no es vida, :))).
ResponderEliminarHola encanto, cuánto tiempo sin sabernos si existimos.
He entrado hoy en mi blog y he visto "Relatos breves", no sabía a quien correspondía, y por eso estoy aquí. Me ha encantado el relato.
Te dejo un gran abrazo y espero que te encuentres bien junto con tu familia, y ya de paso, Feliz Navidad. 😘😘