Cuando se marcharon las visitas que habían
venido por aquello de felicitarme el año nuevo, de toda la conversación, insustancial
y llena de trivialidades, sólo una frase me quedó grabada a cincel sobre las
células que envuelven el complejo entramado neuronal de mi cerebro:
-Ha pasado otro año tan deprisa que ni nos
hemos dado cuenta.
En ese momento tomé una decisión de vital
importancia: el resto de mi vida lo dedicaría a ver pasar el tiempo; es por eso
que cogí una silla vieja, pero cómoda y me senté aquí, en mi puerta, bajo el
porche, ojo avizor. Esa frase manida
dejaría de ser realidad para mí: Si pasa un nuevo año, lo he de ver, con
certeza...
Desde entonces observo, sin perder ripio, cada
segundo que pasa, los minutos, los cuartos y las horas, luego pasarán las
semanas y los meses y estoy segura que , por fin, veré pasar el año, con
consciencia total del tiempo transcurrido...
Sobre todo porque, desde mi ángulo de visión, contemplo
con diáfana claridad el enorme reloj de la torre de la iglesia.
Muy buena idea y desarrolada de un modo efectivo.
ResponderEliminarMe gustó mucho.
Saludos
Gracias Mirella, me alegro de volver a verte por aquí.
EliminarAbrazos.