Entró
de espaldas al local, no queriendo perder de vista la calle. Sabía que le
perseguía, implacable, su asesino y no pensaba darle la oportunidad de cogerlo
desprevenido.
Caminando
hacia atrás cruzó la tienda, sin reparar en un pequeño escabel que se encontraba
en el suelo, lo que le hizo trastabillear y caer.
Golpeó
con la cabeza los pies de una armadura del siglo XV, que era la mejor pieza de
la tienda de antigüedades y el impacto hizo que se soltase la exquisita maza
barretada enganchada en el guantelete. Los clavos le hendieron el craneo .
El
asesino, ya sin trabajo que hacer, giró sobre sus talones y se marchó calle
abajo.
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