TARDE DE PERROS





La tarde transcurría apacible, el sol estaba a punto de ponerse y yo observaba distraída las incipientes plantas. Mi perro, Rex, correteaba alrededor con aire juguetón y mi marido tomaba el fresco tumbado en la hamaca.

De súbito apareció un rostro apergaminado entre los cipreses del jardín aledaño. Una voz áspera y ronca sonó discordante, intentando hacerse comprender en un inglés salpicado de palabras inconexas, entre las que se podía entender:

-¿Miércoules, you aquí?

A mí, debo confesarlo, siempre me asusta esa voz furibunda de bebedora impenitente de cazalla, por lo que, al tiempo que disimulaba un respingo causado por la impresión, echaba una mirada suplicante a mi marido para que viniese en mi ayuda, mientras farfullaba en mi macarrónico inglés:

-Can I help you? I don’t understand you…

Al instante, mi vecina inglesa se vio rodeada por sus cinco perros ladrando al unísono: Dos imponentes bóxer con cara de malas pulgas –por qué será que dicen que los perros se parecen a sus amos- y tres de tamaño pequeño. El mío, se unió al coro y al instante nadie podía entenderse en medio de tal escandalera; (en silencio tampoco nos entendemos por los problemas de idioma, pero entre la barahúnda infernal de ladridos, menos).

El caso es que mi marido, por señas, le indicó a la vecina que mejor salíamos a la puerta para intentar esclarecer el asunto sin verja por medio.

-Yo dogs closed casa –dijo ella y desapareció llevándose consigo a toda su manada.

Nosotros salimos fuera seguidos por nuestro perrito juguetón, dejando entornada la puerta.

Momentos después la señora se dirigía a la suya y a la vez que gesticulaba y manoteaba en el aire intentaba explicarnos lo que pretendía de nosotros, -mientras nos fulminaba con miradas asesinas que reflejaban su estupor al ver que no hablamos inglés fluido como se supone que es nuestra obligación, y mostrando claros signos de desesperación por ello- pero visto que la comprensión aún no era al cien por cien nos instó a seguirla jardín adentro para explicarnos in situ lo que nos pedía hacer durante el día que iba a estar ausente –miercoules- que, en resumidas, y después de muchas aproximaciones –error/acierto- a lo que iba diciendo (yo me sentía como Chicco traduciendo a Harpo) no era otra cosa que proveer a sus perros de agua durante todo el día.

Involucrados al cien por cien en la ardua conversación y ajenos a todo lo que no fuese el esfuerzo por entenderla, casi nos pasó desapercibido que Rex, husmeaba por el jardín ajeno, adentrándose confiado hasta la parte posterior de la casa.

De pronto lo vimos cruzar como un rayo en dirección a la salida y, antes de que comprendiésemos lo que estaba sucediendo, vimos con estupor a los dos imponentes bóxer, frenéticos y furiosos persiguiéndolo como almas poseídas por el diablo, indignados ante la intromisión y –lo que era más sorprendente- absolutamente libres.

Inmediatamente mi marido salió corriendo detrás, yo llegué hasta mi cancela, donde quedé indecisa, sin saber qué hacer, estupefacta, imaginando ya al pobre Rex despedazado y a mi esposo ensangrentado por el ataque de los coléricos perros al haberse metido por medio en el ataque… Estaba dando pasitos adelante y atrás mientras pensaba a mil por hora qué hacer, angustiada, cuando veo una sombra moverse tras la cancela y un par de ojillos temerosos que me miran con zozobra.

-¡Rex! –exclamo llena de alegría- ¡Estás aquí, pillín, los engañaste!

Entro, nos abrazamos, -mi perro abraza que es un contento- le palpo el cuerpo en busca de magulladuras o heridas y de pronto se vuelve a hacer la luz en mi cerebro:

-¡Mi marido! Estará enloquecido buscándolo, tengo que avisarlo de inmediato.

Salgo al camino sin querer perder tiempo en cambiar ni siquiera mi calzado, que dada la premura de las circunstancias, aún conservo puestas unas insignificantes chanclas de dedo, en absoluto aptas para andar triscando por los abruptos campos; he avanzado apenas unos pasos cuando veo aparecer directos hacia mí, tan furibundos como antes, a los dos bóxers que regresan sin su presa. Me doy la vuelta tan deprisa como las chanclas me lo permiten y justo a tiempo de cerrar la puerta de la verja, ya tengo a los dos encaramados sobre ella, ladrando con la rabia de no poder entrar.

Puedo oír los dientes de Rex que castañetean casi al ritmo de los míos, mientras siento su presencia suave y temblorosa pegada a mis piernas.

Visto que su misión ha fracasado, los iracundos animales siguen la loca carrera hacia su casa..

De nuevo me lanzo a la búsqueda de mi marido, al que sé ajeno al transcurso de los acontecimientos y al que imagino buscando como alma en pena a su queridísima mascota…

Avanzo por el camino fatigosamente y por fin una silueta a lo lejos me hace dar saltos de alegría: Extiendo los brazos hacia arriba y los cruzo frenéticamente para que advierta mi presencia, ya que lo veo parado e indeciso, mientras chillo a pleno pulmón:

-¡¡¡Ven, ven, está aquí, está bien, vente, vente!!!

Vista su inmovilidad avanzo a cortas carrerillas para no caer de bruces por culpa de las chanclas y al acercarme un poco más, sin dejar de hacer aspavientos, me quedo patidifusa: aquel hombre de altura y hechura semejante no es mi marido, observo horrorizada como sus dos perritos vienen juguetones y ladradores a subírseme a las piernas, mientras yo balbuceo cosas inconexas al reconocer que es otro vecino del lugar. Intento justificarme en mi spanglis, y le explico atropelladamente:

-My dog is in my house, but my husband is lost… looking for my husband…

Ni idea de lo que debió entender, -espero que no creyese que buscaba un marido y por eso le hacía señales desesperadas- porque me contestó con mil preguntas de las que no entendí ninguna… Mientra él llamaba a sus perros, yo, con absoluta descortesía lo dejé hablándome sin parar, mientras corría a trompicones por la vereda, y a medida que me alejaba volvía la cabeza gritándole “I don’t know, I don’t know…”

Tras un rato que me pareció interminable vi, esta vez sí, la silueta de mi marido que volvía bastante cariacontecido y preocupado, pero, al parecer, ileso. Al cerciorarme de que no me equivocaba, volví a las andadas, ansiosa como estaba de que se tranquilizara y desde lejos me acerqué dando voces.

-¡¡Está en la casa, está bien, se había metido en la casa…!!

Nerviosos y relatándonos la odisea con dos monólogos superpuestos, nos íbamos contando lo sucedido: la carrera, el vecino, el perrito oculto en casa…

Poco a poco nos fuimos relajando de camino al hogar, cuando nos encontramos al señor inglés que había sacado su coche y andaba a la búsqueda y captura del marido perdido -supusimos-, pues cuando nos vio a los dos felices y contentos, paró a preguntar si todo estaba all right, y girando el vehículo marchó hacia su casa.

Al entrar de nuevo en nuestro jardín reparamos en el fortísimo hedor, un olor espantoso que nos hizo conscientes de que el miedo huele. El miedo y un “regalito” con el que nuestro cachorro nos había obsequiado y que lucía esplendido sobre la gravilla.

En fin, fue una tarde de perros, pero con un casi happy end.

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