15 julio 2025

UNA CITA IMPOSIBLE

 




Tras las alarmantes noticias sobre la posibilidad de un apagón a nivel mundial, y sus devastadoras consecuencias, mi amiga Eulalia solía sacar el tema a relucir de manera recurrente:

-Te lo tomas a risa –me decía- pero sería más sensato por tu parte ser precavida. Yo ya he preparado un montón de cosas que me pueden venir bien en el caso de que suceda. Es más, me acabo de comprar un generador eléctrico nuevo. Teníamos uno en el trastero de la casa de mis padres, que creo que funciona, pero debe tener tantísimos años que prefiero no arriesgarme.

-Yo confío en que sea un futurible, -dije, con aquel tono escéptico que a ella tanto le desesperaba- de esos que nunca se cumplen, pero si te quedas más tranquila, me voy a comprar un par de linternas.

-¿Quieres que te traiga el generador antiguo? – añadió- nunca se sabe…



Unos días más tarde, Eulalia se presentó en mi casa con una caja voluminosa.

-¿Qué llevas ahí? –le dije al verla cargando con el pesado paquete.

-El generador –me respondió-. ¿Sabes cómo se usa?

-Tengo una ligera idea –contesté-. No te preocupes; esta noche lo pruebo para comprobar que sigue funcionando.

Aquella noche, a la hora de irme a dormir me di cuenta de que la batería de mi móvil estaba totalmente agotada; cuando me dirigía a enchufarlo casi tropiezo con la enorme caja que aún permanecía en el pasillo; distraídamente dejé el móvil en el suelo al agacharme para abrir el envoltorio y echar una ojeada al contenido.

Era realmente un extraño artefacto, lo saqué de la caja y aprovechando un enchufe que había allí mismo, lo conecté.

El aparato emitió un ligero zumbido que fue subiendo de intensidad y, en cuestión de segundos, advertí que se ponía incandescente, reculé unos pasos, temerosa de que pudiera entrar en combustión, pero después de lanzar unos cuantos chispazos dejó de funcionar.

Mi móvil, que seguía en el suelo, situado a pocos centímetros del generador, emitió una señal y la pantalla se iluminó. Sorprendida, lo recogí y vi que me había entrado un mensaje por wassap. Pero el número me era desconocido.

-Hola –leí-, espero que no sigas enfadada conmigo, Vresta. Contéstame por favor.

Me sentía desconcertada. El teléfono estaba a cien de carga y yo no tenía ni idea de quién era aquel extraño que le mandaba un mensaje a la tal Vresta. Y mucho menos por qué lo estaba recibiendo yo. Dudé si contestarle o no, al final tecleé nerviosamente:

-¿Te conozco? Creo que te equivocas de destinataria. Yo no soy Vresta, por cierto, es un nick muy original.

-Celebro ver que me quieres gastar una broma, -me contestó- así que deduzco que no estás demasiado enfadada conmigo. No sabes el peso que me quitas de encima.

-No. No es ninguna broma, no sé quién eres y no estás en mi lista de contactos. –insistí- .Ni sé por qué mi teléfono tiene la batería cargada a tope cuando hace un segundo estaba a cero.

-Será que soy un chico con mucha energía acumulada –y añadió una carita sonriente-. Y si no eres Vresta, ¿quién eres?

-Soy María.

-María… suena bien, nunca lo había oído.

- Oh, ya veo que gozas de un gran sentido del humor, pero tengo cosas que hacer. Encantada de haberte conocido y que te vaya bien- dije algo enfadada, pensando que se burlaba.

-Espera… no me borres. Quién sabe por qué el destino nos ha unido. Otro día hablamos, ¿vale? Me gustaría ahora localizar a Vresta.



No habían pasado ni 24 horas cuando volví a tenerlo en mi wassap.

-Ayer no te dije mi nombre, soy Drot. Para que me puedas incluir en tu lista de contactos. Si no estás muy ocupada, me podías contar cosas sobre ti…



Y así fue como empezamos a mantener un contacto asiduo a través del wassap.

A veces me contaba cosas que me sorprendían, nunca sabía cuándo hablaba en serio y cuándo en broma, pensaba que tenía una imaginación desbordante, pero tenía que reconocer que esperaba con ansiedad verlo en línea y charlar con él, charlar a todas horas. Drot ya formaba parte de mi mundo y era, además, una parte importante a la que no estaba dispuesta a renunciar.

Un buen día me propuso vernos.

Yo estaba encantada con la idea y, a la vez, asustada ante la perspectiva. ¿Sería como me lo había imaginado? ¿Me seguiría gustando una vez que lo tuviera al lado? Y a él, ¿le decepcionaría mi aspecto? ¿Echaríamos por la borda la magnífica relación que nos unía?

Vencí mis miedos y mis dudas y le dije que sí.

-¿Qué te parece si quedamos en el paseo de Alfonso X,-le propuse-, al final, delante de la estatua. Así no hay pérdida.

Y llegó el momento.

Yo avanzaba hecha un manojo de nervios por la avenida peatonal, pendiente de vislumbrar si había alguien junto al monumento, pero no vi a nadie. Era temprano, hacía calor y transitaba poca gente. No, allí no había nadie.

Era impuntual, mal empezábamos. O era inseguro y al final había decidido no aparecer. O era bromista y me había tomado el pelo. Barajaba un montón de hipótesis mientras pasaban los minutos.

Entonces sonó mi wassap. Ansiosa saqué el móvil de la mochila. Leí su mensaje.

-Vaya, -decía- no esperaba que me dieras plantón. Estoy muy decepcionado.

-No, -le contesté- estoy aquí, pero no te veo.

-Como para no verme – añadió- soy el único idiota que está al lado de la estatua y encima calado hasta los huesos, vaya tarde que ha elegido para dejarme colgado. Mira, para que te puedas reír de mí.

Yo, estupefacta, miré el selfie que me acababa de aparecer en pantalla, en él se veía un muchacho de aspecto agradable, empapado bajo una gruesa cortina de agua, y detrás de él se podía ver con toda claridad la majestuosa estatua ecuestre, la que yo tenía justo delante.

Comprobé la hora en el móvil para cerciorarme de que coincidía con la de la foto y al hacerlo una tremenda sensación de angustia se apoderó de mí. Y ni siquiera fui capaz de responderle.


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