29 abril 2013

LA AVENTURA




Contemplé durante unos segundos la bella eufótida que servía como pisapapeles,  regalando una nota de color a la oscura y fría estancia; destacaba entre el maremagnum imposible de papeles, cartas, recibos y hojas con apuntes que poblaban el austero buró de oscura madera de roble.

Tras unos gruesos lentes, con fina montura de concha, aquel orondo personaje me escudriñaba de una manera devastadora, de tal manera que me parecía  capaz de taladran con su penetrante mirada las capas superficiales de mi anatomía para llegar hasta lo más profundo de mis entrañas, descubriendo en mí cosas que ni yo mismo conocía.

Durante unos segundos se me pasó por la imaginación la idea de huir por la misma vereda que me había llevado hasta allí; hubiese sido lo más fácil, y por tanto, fue una idea desechada casi al mismo tiempo de haber sido concebida. Nunca me gustaron las cosas fáciles, tenía que reconocerlo. Me planteaba la vida como un reto, desafiando al destino e intentando modelarlo a mi libre albedrío.

Y por eso estaba allí: aquello era, sin duda, el prólogo de una nueva aventura, la acción y el riesgo me eran necesarios para sentirme vivo, y ¿dónde podría hallar más peligros que en aquella arrojada expedición que pretendía partir rumbo a lo desconocido?.

Contuve la respiración esperando las palabras del contramestre, encargado a la sazón de contratar al personal necesario; mi mirada inquieta y nerviosa iba de la extraña piedra blanca y verde al alféizar de la ventana, donde un par de abejarucos picoteaban de manera despreocupada , exhibiendo su plumaje coloreado y llamativo.

Cuando, por fin, me dijo que estaba aceptado en su tripulación, el corazón me dio un vuelco de alegría y salí presto de la sombría habitación, dispuesto, una vez más, a tomar el timón de mis andanzas...

Al día siguiente partíamos rumbo a las Antillas, donde mi futuro me aguardaba. Pero eso, sin duda, ya forma parte de una nueva historia...

MALDITA CRISIS





De nuevo me tenéis aquí, escribiendo escopeteada, porque el tiempo vuela. Mañana es, otra vez, viernes, ese día feliz que dispara el comienzo del fin de semana, pero en el que expira el plazo de la entrega de mi historia y yo, francamente, no he tenido tiempo de nada.
Quisiera estirar las horas, los días...pero no es posible.
No siempre es igual, porque, a veces, lanzas una frase al aire y luego la tarea es sencilla, le vas dando hilo igual que a una  cometa y flipas al ver cómo sube y sube, se aleja y vuela feliz, como si tú no intervinieses de manera real en el hecho de darle vida al relato. Son los personajes los que buscan su autor y tú te crees Pirandello; pero otras veces...
¡Qué difícil y qué cuesta arriba se te presenta la tarea! Creo que el esfuerzo desmedido crea un vacío en el intelecto: Nada que decir... ¡nada que hacer!
Esta tarde he aprovechado que la primavera se ha abierto paso con violencia y el calor atosiga, para venirme a la playa, y aquí, mal acomodada sobre la arena, con el pequeño portátil sobre mi regazo, vencida por el calor, y tremendamente desolada, tan sólo me siento aliviada al poder lanzar la vista a lo lejos, sobre la línea azul verdosa del horizonte .Respiro hondo y lo intento de nuevo.
Nada. No hay ideas. Mi mente se angustia al pensar que mañana expira el plazo que me dio mi editor, y me lo dijo de modo taxativo: 
-Si para el día doce no está entregado, olvídate de cobra nada esta semana, y, como me falles mucho te reemplazo. Hay montones de escritores que se lo tomarían más en serio que tú, y bastante mejores...
Y lo hará... Desde que encontré este pequeño trabajo en el periódico, para irme ayudando, vivo ahogada por las fechas. Todos los viernes entrega puntual o no hay paga.
Recuerdo cuando el sueldecito de funcionaria me bastaba para todo, e incluso tenía ahorrillos, para algún viaje o capricho, de vez en cuando. Después se quedó estancado, mientras los precios subían disparados. Más tarde, empezó a disminuir y luego, ni se sabe a dónde vamos a llegar.
Ya me veo el fin de semana acercándome a casa de mis padres a pegarles otro sablazo, que ya tiemblan cuando me ven aparecer, pero si no, es que no llego a fin de mes... ¡Maldita crisis!

EL ZAQUE




Fuera llovía. Una lluvia incesante, monótona, rítmica... aburrida, en suma. Estaba encima de mi cama, un libro sobre mi regazo, la espalda apoyada en la almohada, una taza de exquisito té blanco en la mesilla. La música de Evanescence sonando suave y acompasada a un volumen muy bajo, era el telón de fondo de una sosegada tarde de domingo, ideal para dedicarla a las ensoñaciones más placenteras que pudiera imaginar.

Hacía ya mucho rato que no pasaba las páginas, olvidándome de leer, puesto que andaba sumergida en mí misma y en mi propia imaginación, más rica que el más rico de los libros que escribirse puedan.

Algo llamó mi atención y me sacó de mi mundo interior para devolverme a la realidad, me levanté cansinamente, venciendo la abulia por la que voluntariamente me había dejado abrazar y me dirigí a la ventana. La abrí. Sobre el alféizar hallé un pequeño envoltorio, que había sido el causante del ruido. Lo examiné con atención antes de decidirme a abrirlo,  a lo que procedí con cautela y parsimonia, recelosa de lo que pudiese encontrar en su interior.

Finalmente lo desenvolví y encontré dentro una piedra pequeña, vulgar y sencilla.

Sorprendida y desencantada, estaba a punto de devolverla al abismo, a la vez que oteaba desde allí arriba, con la esperanza de saber quién podía haber sido el responsable de tal lanzamiento, pero entre la pertinaz lluvia y la considerable altura a la que se encontraba mi ventana, la escasa gente que transitaba la calle se veía disminuida y lejana.

Antes de dejarla caer, reparé en un detalle que me había pasado desapercibido y me detuve. Apartando el guijarro, que dejé a un lado, observé el envoltorio, lo estiré y vi sobre la sucia y arrugada superficie algo que se asemejaba a un zaque, un odre pequeño, toscamente dibujado.

Lo estudié con detenimiento durante largo rato. Había algo en él que me resultaba familiar, quizás los colores, chillones y variados me evocaban algo, como un “déjà vu” que no podía ubicar en el tiempo ni en el espacio.

Como impelida por un resorte, abandoné mi lasitud anterior y me dirigí escaleras arriba a la buhardilla, parecía que algo guiaba mis pasos, pues no sabía con claridad a dónde iba ni qué pensaba hacer, casi me parecía levitar, ni siquiera notaba el frío suelo, a pesar de que al bajar de la cama no había enfundado mis pies en las cálidas zapatillas y andaba descalza.

Entré decidida en la destartalada habitación, donde trastos y cachivaches se amontonaban por doquier sin orden ni concierto. Me dirigí sin dudar a una antigua caja situada en la balda más alta de una antiquísima y algo desvencijada estantería y, subiéndome a un escabel de astroso tapizado la agarré, tambaleándome y la coloqué rauda sobre el suelo.

Empecé, excitada, a vaciar su contenido: algún muñeco de papel maché, vagonetas que debieron pertenecer a un tren eléctrico, un engendro mecánico casi irreconocible y ... ¡un zaque!

Aunque yo hubiese jurado que jamás antes había tenido en mis manos ninguna de aquellas cosas que me parecían desconocidas, el pequeño y original zaque dibujado en el papel y que de manera misteriosa había impactado contra mi ventana estaba allí en realidad, existía, y, por razones desconocidas, alguien quería que lo rescatase del olvido.

Lo miré extasiada. Sus colores aparecian cambiantes pasando de la palidez al brillo más deslumbrante en cuestión de segundos. Me sentí como Aladino contemplando al genio de la lámpara, sin saber qué hacer ante aquel magnífico hallazgo. Por momentos el odre se volvió tan rutilante que me cegó haciendo desaparecer todo lo que me rodeaba.

Sólo el vacío, la oscuridad, la angustia.



Me incorporé de golpe, el libro cayó al suelo, el té frío languidecía en la mesilla, la lluvia había cesado... Miré el reloj intentando reubicarme, empezaba a oscurecer. Poco a poco recobré el sosiego, pero, antes de abandonar la habitación, eché una furtiva mirada al alféizar de la ventana para cerciorarme de que allí no hubiese ningún guijarro...

18 abril 2013

EL ABANDONO






No hacía ni diez horas que había sido abandonado y ya ni siquiera podía recordar los cálidos brazos de su dueño, balcón desde el que solía asomarse a ver el mundo desde lo alto. Su vida, otrora color de rosa, se había vuelto gris.
Deambulaba sin rumbo por la orilla del soitario camino al que había llegado apartándose de la carretera, donde el incesante tráfico había logrado que se disparasen todas las alarmaa de su instinto de supervivencia.
Nunca hubiera esperado eso de su amo, que valiéndose de una ingrata artimaña, lo había dejado a merced de su suerte, sólo y desamparado en aquel inhóspito lugar. El viaje había sido largo, sin duda había querido cerciorarse de poner distancia entre ellos, la suficiente para que su agudo olfato no le sirviera en la empresa, que intuía fallida de antemano, de reencontrar su antiguo hogar.
No le gustaba su nueva vida, él no había ansiado nunca la libertad, puesto que todas sus necesidades estaban cubiertas con creces: las físicas y las psíquicas…pero aquella maldita crisis había dado al traste con todo: la opulenta residencia de su dueño había sido sustituída por un pequeño piso en el extrarradio, luego vinieron las escaseces en la comida, los malos humores, que le habían valido incluso algunas golpizas a destiempo  y finalmente aquello, aquel paseo en coche cargado de malévolas intenciones.
Sentía hambre, frío y sed. La noche era oscura,  y no estaba acostumbrado a dormir al raso; desde cachorrito había estado rodeado de confort, pero ahora se sentía perdido en un entorno hostil…