No
hacía ni diez horas que había sido abandonado y ya ni siquiera podía recordar
los cálidos brazos de su dueño, balcón desde el que solía asomarse a ver el
mundo desde lo alto. Su vida, otrora color de rosa, se había vuelto gris.
Deambulaba
sin rumbo por la orilla del soitario camino al que había llegado apartándose de
la carretera, donde el incesante tráfico había logrado que se disparasen todas
las alarmaa de su instinto de supervivencia.
Nunca
hubiera esperado eso de su amo, que valiéndose de una ingrata artimaña, lo
había dejado a merced de su suerte, sólo y desamparado en aquel inhóspito
lugar. El viaje había sido largo, sin duda había querido cerciorarse de poner distancia
entre ellos, la suficiente para que su agudo olfato no le sirviera en la
empresa, que intuía fallida de antemano, de reencontrar su antiguo hogar.
No
le gustaba su nueva vida, él no había ansiado nunca la libertad, puesto que
todas sus necesidades estaban cubiertas con creces: las físicas y las
psíquicas…pero aquella maldita crisis había dado al traste con todo: la opulenta
residencia de su dueño había sido sustituída por un pequeño piso en el
extrarradio, luego vinieron las escaseces en la comida, los malos humores, que
le habían valido incluso algunas golpizas a destiempo y finalmente aquello, aquel paseo en coche
cargado de malévolas intenciones.
Sentía
hambre, frío y sed. La noche era oscura, y no estaba acostumbrado a dormir al raso;
desde cachorrito había
estado rodeado de confort, pero ahora se sentía perdido en un entorno hostil…
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