Contemplé
durante unos segundos la bella eufótida que servía como pisapapeles, regalando una nota de color a la oscura y
fría estancia; destacaba entre el maremagnum imposible de papeles, cartas,
recibos y hojas con apuntes que poblaban el austero buró de oscura madera de
roble.
Tras unos
gruesos lentes, con fina montura de concha, aquel orondo personaje me
escudriñaba de una manera devastadora, de tal manera que me parecía capaz de taladran con su penetrante mirada las
capas superficiales de mi anatomía para llegar hasta lo más profundo de mis
entrañas, descubriendo en mí cosas que ni yo mismo conocía.
Durante
unos segundos se me pasó por la imaginación la idea de huir por la misma vereda
que me había llevado hasta allí; hubiese sido lo más fácil, y por tanto, fue
una idea desechada casi al mismo tiempo de haber sido concebida. Nunca me
gustaron las cosas fáciles, tenía que reconocerlo. Me planteaba la vida como un
reto, desafiando al destino e intentando modelarlo a mi libre albedrío.
Y por eso
estaba allí: aquello era, sin duda, el prólogo de una nueva aventura, la acción
y el riesgo me eran necesarios para sentirme vivo, y ¿dónde podría hallar más
peligros que en aquella arrojada expedición que pretendía partir rumbo a lo
desconocido?.
Contuve la
respiración esperando las palabras del contramestre, encargado a la sazón de
contratar al personal necesario; mi mirada inquieta y nerviosa iba de la
extraña piedra blanca y verde al alféizar de la ventana, donde un par de
abejarucos picoteaban de manera despreocupada , exhibiendo su plumaje coloreado
y llamativo.
Cuando,
por fin, me dijo que estaba aceptado en su tripulación, el corazón me dio un
vuelco de alegría y salí presto de la sombría habitación, dispuesto, una vez
más, a tomar el timón de mis andanzas...
Al día
siguiente partíamos rumbo a las Antillas, donde mi futuro me aguardaba. Pero
eso, sin duda, ya forma parte de una nueva historia...
No hay comentarios:
Publicar un comentario