EL POMO DORADO



Alargó una  mano trémula hacia el pomo dorado que se mostraba ante ella tentador, lo asió con cuidado dispuesta a girarlo, pero algo la detuvo. No sabía bien de qué se trataba, quizás era solo una vaga sensación que la demoraba y la sumía en la duda. Quería hacerlo, de eso estaba segura, ¿pero por qué aquella falta de decisión? Miró hacia atrás por encima de su hombro, como atisbando su propio pasado…
Aquellas largas tardes con Marta acudieron a su mente, aburridas, pero relajantes… Marta, tantos años con ellas, su amiga y confidente. Su madre, mayor y enferma requería toda su atención y cuidado y así ella se había visto relegada a un puesto de hija amante y servicial olvidando su vida propia, ya inexistente y le causaba pena.
Sacrificar unas horas a la semana por su amiga tampoco era tan grave, e incluso se sentía bien acompañándola, le reportaba una especie de paz, de estar a salvo. Sus tertulias junto a la mesa de camilla, en las que se contaban sueños y deseos, ilusiones y  penas, frustraciones y miedos, eran como una verdadera terapia que las mantenía unidas.
Luego apareció él, Marcos. Marcos se volvió para ella como una insustituible droga, le colmaba el espíritu y las ansias, su cerebro y su corazón rebosaban bendiciones, era su “todo” vivido y disfrutado cada día, era su complemento, su guía, su norte y su faro, su deseo de futuro y su olvido de pasados menos propicios, su felicidad, en suma.
Después, no quería recordar el resto… estas personas no formaban ya parte de su vida, ahora estaba sola, sola e indecisa ante el pomo dorado tentador que se ofrecía a su vista como algo inquietante, pero quizás lleno de esperanzas.
¿Dar el paso? ¿Permanecer en su segura y cotidiana vida? Se demoró un minuto más, como despidiéndose de aquella habitación, testigo mudo de risas y llantos, y por fin, con un golpe seco de muñeca, lo giró…
                                                    
                                                

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