Alberto se hallaba tumbado en el sofá en actitud relajada. En la mano, el
mando con el que zappineaba distraídamente sin prestar demasiada atención a las
imágenes que aparecían en la pantalla; su mente, dispersa en vagos pensamientos.
Pensaba en Laura, y en la noche en que, después de recoger los platos de la
cena, anunció:
-Últimamente la televisión me
aburre, esta noche prefiero jugar un rato con el ordenador…
De eso hacía ya varias semanas y, desde entonces no había vuelto a ocupar
su lado junto a él en el sofá, como solían hacer cada velada. No es que fuera
una cuestión vital, pero echaba de menos su cálida presencia y aquella mano
indolente que solía dejar abandonada sobre sus piernas, una manera de
materializar el vínculo que los unía.
Se levantó y caminó hacia el rincón donde Laura se hallaba sentada en un
sillón, en posición de loto, y con el pequeño portátil sobre el regazo, al
parecer completamente absorta en lo que quiera que fuese que estuviese
haciendo. La rodeó y rozó con los labios su
hombro en una sutil caricia. Laura, sobresaltada, dio un respingo.
-¡Ay! Me has asustado, ¿a dónde vas tan sigiloso?
-No voy sigiloso, es que tú estás muy concentrada. ¿Se puede saber qué
estás haciendo?
-Construyo un palacio. Estoy intentando darle forma ojival a este prim,
que será una preciosa cristalera. He seguido unos cursos de construcción, es
realmente apasionante. ¿Ves?
Laura utilizó el zoom para alejar la cámara y Alberto pudo contemplar
algo así como un castillo a medio hacer, con torres y almenas y vio una linda
muñequita en la pantalla de cuyos dedos salían haces de luz hacia los objetos
que manipulaba.
-Esa soy yo, -le dijo- es muy entretenido, más que mirar la tele.
Deberías probarlo.
- No creo que eso me gustase, ya tengo mis propios hobbies y no creo que
tuviese paciencia para hacer todo eso.
- Se me ocurre una cosa; te voy a hacer un avatar. Será cuestión de un
minuto, así lo pruebas, si no te gusta el juego, con borrarlo, solucionado. Ya
verás… Busquemos un nombre para ti…
Habían pasado varias semanas desde que Laura crease a Bertoal Yang y
desde entonces el sofá delante de la tele había quedado desierto, ella seguía
pasando sus veladas entregada febrilmente a la construcción y él se había
refugiado en la salita donde las horas volaban sin sentir, embutido en su nueva
piel de habitante de Second Life.
Vencida la timidez inicial, su lista de contactos se había multiplicado,
pero desde hacía unos días todos le sobraban, todos menos uno, el único al que
quería ver, el único que lo había seducido por completo, un exuberante y
atractivo avatar femenino cuyo nombre era un anticipo de su carácter: Loba Rau.
Con Loba era feliz, se sentía absolutamente atraído por ella y se dejaba
llevar. No hubo de hacer ningún esfuerzo por conquistarla, porque claramente la
conquistadora era ella. En cuanto entablaron relación, Loba le pidió a Bertoal,
de forma sibilina, su número de móvil, su dirección de messenger y más y más
datos de su vida real, a la vez que lo iba introduciendo en su propio mundo de
SL, un mundo que él ni siquiera había vislumbrado y que le parecía tan
sugestivo como fascinante. Loba era
dueña de una mansión donde numerosas scorts se daban cita a diario y parecía
ganarse buenos lindens con aquello.
A medida que pasaban los meses, no sólo había desaparecido de su rutina
con Laura la costumbre de ver juntos la tele, sino que incluso habían dejado de
comunicarse. Durante el día cada uno estaba en sus trabajos y comía fuera de
casa y, al llegar la noche, Bertoal prefería tomar un bocadillo mientras
tecleaba febrilmente el ordenador, echando furtivas ojeadas a la puerta por si
a ella se le ocurría entrar a decirle algo, cosa que ya nunca ocurría.
Simplemente, ya no tenían nada que decirse. De todos modos hubiera sido
embarazoso que ella entrase y viese ciertas cosas en la pantalla…
La idea de estar con Loba en RL iba ganando camino en la mente de
Bertoal, que pasaba el día sumido en la desesperación de no tenerla cerca y
entre frenéticos mensajes de todo tipo, teléfono, videoconferencias, skype, Messenger,
SL… todo era poco para disfrutar de sus encuentros con ella, y ya todo eso le
parecía insuficiente pues no calmaba su ansia por poseerla, su mente era un
caos y su obsesión, enfermiza. Estaba dispuesto a darlo todo por aquella mujer
que le había sorbido el seso y ella incentivaba aquella pasión de todas las
maneras que conocía.
Por fin llegó el día y ajustaron la cita. Consumido por una gran
excitación nerviosa, Berto condujo durante horas que le parecieron siglos hasta
llegar a su meta: se acercaba el momento de poder abrazarla de verdad, oler su
piel, saborear sus labios. Pensaba estar viviendo un sueño o, a veces, creía
que era pesadilla. ¿Qué le diría a Laura al volver? ¿Habría sospechado ella
algo? La verdad es que estaban algo distanciados, pero no quería pensar en
ello, ya habría tiempo a la vuelta, ahora era el momento de concentrarse en el
futuro próximo, que él auguraba lleno de gozo.
El encuentro fue explosivo: Loba colmó todas sus expectativas y las
sobrepasó con creces; las horas corrieron como segundos y de nuevo se encontró
conduciendo camino de vuelta a su hogar, pero ¿era su hogar aquello? ¿Qué
quedaba de su vida con Laura? Tendría, tarde o temprano que enfrentarse a ello.
Al día siguiente, aún no repuesto del todo de la impresión que Loba le
había causado, abrió su ordenador, ansioso de volver a comunicarse con ella,
pero no consiguió localizarla en todo el día, ni al siguiente, ni al otro.
Preguntó en la mansión de las scorts y sólo le dijeron que llevaba un par de
días sin conectarse. Se iba de madrugada a la cama esperando noticias que no
llegaban y mientras, Laura, lo observaba silenciosa sin atreverse a preguntar,
viendo en aquel hombre desesperado y nervioso a un ser desconocido y ajeno por
completo a ella.
Y, por fin, tomó la decisión.
- Me voy, Alberto. Mañana cuando vuelvas del trabajo ya no estaré aquí,
he cogido un apartamento con una amiga. No es una decisión precipitada, la he
madurado durante meses y es irrevocable… no sé qué te ha pasado, Alberto, sólo
sé que ya no eres tú…
- Ah… ¿sí? – balbuceó - no sé qué decirte… Laura… yo…
Pero Laura ya no le escuchaba, con ademán cansado salió de la habitación
dejándolo sumido en un mar de confusiones.
Al día siguiente, al volver de la oficina, Alberto encontró una casa
vacía como nunca; últimamente había vivido al margen de Laura, pero ahora
sentía que la soledad le ahogaba. Volvió a poner en marcha su PC, angustiado
doblemente por la marcha de Laura y por no tener noticias de Loba y el corazón
le estalló de alegría al verla conectada. Rápidamente le abrió un IM
atropellado, lleno de preguntas y de afirmaciones. Transcurrieron minutos sin
respuesta. Volvió a intentarlo y, de pronto, apareció en pantalla: “Loba Rau is
tippyng…”
-Berto, perdona, es que estoy ocupada, luego hablamos.
-¿Cómo que estás ocupada?, no sé nada de ti desde… Quiero volver a verte,
necesito volver a verte, dime cuando y me pondré en camino, no me importan las
horas al volante con tal de estar contigo…
-Berto, ¿no me has leído? Te he dicho que estoy ocupada, déjame
tranquila. No eres la única persona en SL, ¿sabes?
-Pero… ¿y lo nuestro?
-Berto, ¿en qué mundo vives? No hay nada “nuestro”. Ha estado bien, ¿de
qué te quejas? Las historias empiezan y acaban; se culminan, tienen un
principio y un final… ¿o es que no lo sabías? No me gusta la monotonía,
Alberto, hay mucha gente por conocer… al fin y al cabo los lobos somos
cazadores por naturaleza, ¿no? ¡pues déjame vivir en paz!
A Alberto se le cayó el mundo
encima. Pensar que él sólo había sido eso… un nuevo trofeo del que sentirse
orgullosa, un nombre más en su colección de conquistas, una nueva muesca en su
cinturón de cazadora…
Y por ella había ido al traste toda su antigua vida, feliz y relajada,
con sus costumbre bien ordenadas, sus hobbies tranquilos y hogareños, y su
amada Laura. ¿Amada? Ahora sentía que la odiaba, la odiaba por haberle
introducido en aquel mundo extraño y lleno de peligros, que él, en su candidez,
ni siquiera vislumbraba, las odiaba a ambas, a las que culpaba de su
desesperación y de su ruina anímica. Las dos lo habían abandonado, dejándolo
como un pelele sin voluntad y sin vida y ya no tenía nadie por quien vivir, ni
ganas de hacerlo.
Lleno de ira agarró la torre del ordenador y, arrancándola de todos sus
cables, la lanzó con estrépito contra la pared, para destrozar luego el teclado
y el monitor, descargando sobre ellos toda su rabia, pateándolos una y otra
vez… hasta que exhausto y jadeante se apoyó contra la pared y se dejó resbalar
hasta el suelo, hundido, mientras escondía la cara entre sus manos y se vaciaba
entre las sacudidas de un llanto estentóreo y catártico.